DIDÁCTICA DEL PATRIMONIO MONUMENTAL MILITAR

TÉRMINOS Y CONCEPTOS

La “Didáctica del Patrimonio Monumental Militar” pretende facilitar la comprensión social de los monumentos militares en su calidad de bienes culturales. Para ello se vale de un variado temario donde se funden las materias propias de la Historia de la Fortificación y cuyo enunciado escapa a las limitaciones propias de este medio virtual. Pero sí de modo breve y en beneficio de quienes se interesan por el conocimiento de nuestros monumentos militares, traemos una corta muestra de una de sus disciplinas, la cual trata del uso correcto de términos y conceptos.

Mal podremos impartir conocimiento alguno sin antes haber definido de forma apropiada, clara y precisa el objeto a que nos referimos. La lista de imprecisiones y confusiones, tanto semánticas como conceptuales, en temas de fortificación es extensa. Si ya en su lugar razonamos aquella que sin duda contiene la mayor falta de propiedad –el uso del término castillo como sinónimo de fortificación abaluartada o posterior- toca hacerlo ahora con alguna otra de las más frecuentes.

La expresión fortaleza militar, por ejemplo, no deja de ser un discreto pleonasmo empleado con frecuencia cuando se desea definir o reforzar el carácter castrense de una obra de fortificación moderna o contemporánea. No conocemos en parte alguna fortaleza construida con fines civiles pero, del mismo modo, todos sabemos que subir solo es posible hacerlo en un sentido y sin embargo son frecuentes frases como: “subir arriba” o “bajar abajo”.

Más arraigo tiene la costumbre de adjetivar la arquitectura como militar en cuanto se la relaciona con el mundo de la fortificación moderna y contemporánea. Dichas construcciones poco tienen que ver con los edificios civiles o religiosos, tanto técnica como conceptualmente no fueron obras de arquitectura sino obras de ingeniería. Ingenieros las proyectaron y construyeron, dirigieron sus asedios y defensas y las repararon cuando convino. Otro caso es el actual, donde los profesionales de la arquitectura tienen a su cargo las actuaciones facultativas sobre los mencionados monumentos.

Otra inexactitud, en este caso claramente intencionada, la tenemos en la ocultación del carácter estrictamente militar de la fortificación tras sinónimos y eufemismos tales como: patrimonio fortificado, defensivo, del conflicto, arte abaluartado, etc. A similares fines obedece también la insistencia en diluir el carácter absolutamente castrense de los ingenieros militares -siempre “… al mejor servicio de S. M”-. Destacados profesionales de elite, con una formación técnica aventajada, sus puntuales obras civiles fueron imprescindibles para el progreso del País, mas sus premios y ascensos les vinieron dados por sus méritos en campaña.


Al margen de puntuales excepciones urbanas en que la obra del ingeniero militar podía asumir un papel policial –las ciudadelas-, el objeto de la fortificación fue siempre cumplir con eficacia una doble función: en primer lugar la disuasoria y, en defecto de ésta, la defensiva. En consecuencia, su objeto primordial no era el conflicto sino la prevención del mismo.

Las diferentes obras de fortificación, modernas y contemporáneas, deben considerarse como parte de un proceso evolutivo continuo, muestra de las soluciones  tecnológicas propias de cada momento y esta circunstancia debe primar en su interpretación.  No fueron proyectadas para conmemorar nada ni fueron construidos con fines inmateriales, su objeto fue estrictamente funcional con arreglo a su naturaleza técnica.

Una obra de fortificación, en todo o en parte, puede haber sobrevenido espacio de memoria merced a un momento histórico concreto y este debe hallarse presente en su discurso interpretativo, pero sin olvidar que quien la ha calificado como “Bien de Interés Cultural” –calidad que justifica su protección y conservación- es su naturaleza documental, no los hechos acaecidos en ella.